.
“(…)Las cosas en la familia habían mejorado debido a una herencia que provenía de una tía de mi madre, hermana de mi abuela, que no tenia hijos. Recuerdo que cuando estaba a punto de morir llamaron a mi madre; fuimos todos menos mi tío, porque estaba de militar, a Almazán. Fuimos en tren, pero hasta el pueblo donde vivían los tíos ¿Fuentegermes? [Fuentegelmes] -nunca he podido encontrarlo en un mapa- había que ir andando. Vinieron a buscarnos con una mula y en las alforjas pusieron la maleta y a mi hermana, pero no sé si la cría pesaba poco o que la maleta pesaba mucho; el caso es que una de las veces que miraron hacia ellos estuvo a punto de dar la vuelta, por lo que mi madre prefirió llevarla en brazos. De vez en cuando se relevaban, hasta que llegamos al pueblo; que no sé cuanto distaba de Almazán, pero se me hizo el camino muy largo.
Era muy pequeño, no tenía ni luz eléctrica, así que cuando encendían el candil a mí me entraba un sueño tremendo. Me dormía muy temprano ya que era invierno. Allí cumplí mis seis años, y una vecina de la familia me regaló dos huevos de gallina, para que mi madre me hiciera una tarta, decía ella. La casa debía de ser muy pequeña, no recuerdo si la vi completa; recuerdo el hogar bajo, la cocina; estar alrededor del fuego y, sobre todo, del candil: ¡qué tristeza, Dios mío! Mi hermana dormía con mi madre en la habitación de la enferma, por no dejarla sola, por su gravedad. Yo no llegué a conocerla, ya que a mi no me dejaban entrar o yo le tenía miedo porque estaba todo el día quejándose; desde fuera la oíamos. Nunca supe tampoco de qué murió, pero no seria muy vieja. Mi padre y yo dormíamos en la casa contigua, que era la del cura, cuando pasábamos a dormir. La señora de la casa -seria la madre- nos esperaba con unas galletas; serían caseras, pero a mí no me gustaban. La cama era muy alta, tanto, que si no había nadie para ayudarme a subir me tenia que poner una silla. Por la mañana, cuando me levantaba, ya mi padre se había ido y la señora me había preparado la leche y una rebanada de pan con miel, tan grande, que yo, poco comedora siempre, no me la podía terminar; pero no me dejaba marchar hasta que me la hubiera terminado. Se hacía tan tarde que luego no quería comer: así que aborrecí la miel untada en el pan. Siempre que alguna vez la he comido, ya mayor, recuerdo a la señora y a la casa del cura y, hasta aquel pueblo.
En los días que estuvimos allí, mi padre, que no tenía nada que hacer, era el que iba al pueblo de al lado, Villasayas, a por la leche -este pueblo si está en el mapa, al menos su puerto-. A mí me llevó un par de veces con él; pero había que ir andando, como una hora de camino. Pasaban los días y mi padre ya no podía faltar más al trabajo, así que se fue.
Al poco parecía que la tía iba mejor y nosotras regresamos también. Pero a los pocos días avisaron de que había muerto. (...)"
.
Lo escribe Magdalena Zapater (¿?), y si quieres leer el texto completo, haz click AQUÍ
No hay comentarios:
Publicar un comentario